CAPÍTULO I:
AMOR ROMÁNTICO
1.1 EL AMOR ROMÁNTICO
El amor es una construcción humana sumamente
compleja que posee una dimensión social y una dimensión cultural. Ambas
dimensiones influyen, modelan y determinan nuestras relaciones eróticas y
afectivas, nuestras metas y anhelos, nuestros gustos y nuestros sueños
románticos. Tanto la sexualidad como las emociones son, además de fenómenos
físicos, químicos y hormonales, construcciones culturales y sociales que varían
según las épocas históricas y las culturas. El amor se construye en base a la
moral, las normas, los tabúes, las costumbres, creencias, cosmovisiones y necesidades
de cada sistema social, por eso va cambiando con el tiempo y en el espacio, y
por eso no aman igual en China que en Nicaragua, ni los inuit aman del mismo
modo que los demás.
Son numerosos los autores que defienden la
idea de que el amor es una constante humana universal porque existe en todas
las culturas y porque la capacidad de amar parece formar parte de nuestra
condición. Teóricos como Wilson y Nias (1976) defienden la universalidad del
amor romántico, señalando que el fenómeno amoroso romántico no es de origen
reciente ni está restringido a nuestra cultura: “Aunque no siempre concebido
como un necesario preludio para el matrimonio, el amor romántico y pasional ha
existido en todos los tiempos y lugares”. Por su parte, los antropólogos Jankowiak
y Fisher (1992) documentan la existencia de lo que ellos definen como “amor
romántico” en casi un 90 por 100 de las 168 culturas analizadas.
El amor romántico nunca ha tenido tanta
importancia en la vida de los humanos como en la actualidad. Hoy en día la
gente que no tiene que preocupar sea diario por la supervivencia, gasta una
gran cantidad de tiempo y energía en encontrar al amor de su vida. Nos buscamos
en las redes y en los bares, consumimos películas románticas, deseamos vivir
historias de pasión, nos enamoramos platónicamente alguna vez en la vida, nos
juntamos y nos separamos, nos olvidamos, volvemos a soñar con una relación
ideal.
Y es que gracias al impresionante desarrollo
de la comunicación de masas en el siglo XX, el amor romántico ha experimentado
un proceso de expansión paulatina hasta instalarse en el imaginario colectivo
mundial como una meta utópica a alcanzar, cargada de promesas de felicidad.
Esta utopía emocional colectiva está preñada
de ideología pese a que se presenta fundamentalmente como una emoción
individual y mágica que acontece en lo más profundo del interior de las
personas.
La ideología hegemónica que subyace a esta
utopía emocional es de carácter patriarcal, y en ella la moral cristiana ha
jugado un papel fundamental, porque nos ha conducido por la vía del modelo
heterosexual y monogámico con una orientación reproductiva.
El amor romántico es, en este sentido, un
ideal mitificado por la cultura, pero con una gran carga machista,
individualista, y egoísta. A través del amor romántico se nos enseña a
relacionarnos, a reprimir nuestra sexualidad y orientarla hacia una sola
persona. A través de las ficciones que creamos y los cuentos que nos contamos,
aprendemos cómo debe de ser un hombre, y como debe de ser una mujer, y muchos
seguimos estos modelos de masculinidad y feminidad tan limitados para poder
integrarnos felizmente en esta sociedad y encontrar pareja.
La prueba más patente es que toda la
imaginería colectiva amorosa occidental está formada por parejas de adultos de
distinta identidad genérica; son uniones de dos en dos cuyo final está, como en
el caso de la moral cristiana, orientado al matrimonio y a la reproducción.
Además, los sistemas emocionales y sexuales alternativos (amor en tríos,
cuartetos y grupos grandes, amor entre ancianos, amor entre niños, amor entre
personas del mismo sexo/género o de diferentes clases socioeconómicas, razas o
culturas) siguen siendo considerados desviaciones de la norma, y penalizados,
por tanto, socialmente.
La heterosexualidad y la monogamia, en este
sentido, se contemplan como características normales, es decir, naturales,
porque siguen los dictados de la naturaleza. La Ciencia se ha encargado de
legitimar esta visión, hasta llegar incluso a concluir que el mito de la monogamia
y la fidelidad sexual es una realidad biológica y universal.
La necesidad de la exclusividad sexual ha
sido mitificada por necesidades del sistema patriarcal a través de las
narraciones religiosas y profanas, a pesar de que la monogamia no es un estado natural
y muy pocas especies la practican. Lo paradójico dela reificación de la
monogamia es que el adulterio y la prostitución forman parte del sistema
monogámico. Son la otra cara de la moneda, su contrario y a la vez su
complemento. La fidelidad y la exclusividad son fenómenos, en este sentido, que
atentan contra el statu quo y la organización de la sociedad en familias
cerradas.
El amor, pues, en su dimensión política y
económica, se nos presenta como un mecanismo del sistema para perpetuarse. Para
que todo siga igual, hacen falta parejas heterosexuales que traigan al mundo a
nuevos consumidores/trabajadores que se casen y permanezcan dentro del modelo
de familia considerado "normal". Por eso nos seducen con amor
mitificado.
*LA MITIFICACIÓN DEL AMOR
La
mayor parte de los mitos en torno al amor romántico surgieron en la época
medieval; otros han ido surgiendo con el paso de los siglos, y finalmente se
consolidaron en el XIX, con el Romanticismo. El principal mito que encontramos
en el amor es en la frase que concluye los relatos:“yvivieron felices, y
comieron perdices”. La estructura mítica
de la narración amorosa es casi siempre la misma: dos personas se enamoran, se
ven separadas por diversas circunstancias (dragones, bosques encantados,
monstruos terribles) y barreras (sociales y económicas, religiosas, morales,
políticas). Tras superar todos los obstáculos, la pareja feliz por fin puede
vivir su amor en libertad. Evidentemente, como mito que es, esta historia de
impedimentos y superaciones está atravesada por las ideologías patriarcales,
que ponen la misión en manos del héroe masculino, mientras que la mujer espera
en su castillo a ser salvada: él es activo, ella pasiva (el paradigma de este
modelo es la Bella Durmiente, que esperó ni más ni menos, CIEN años).
En
otros relatos, en cambio, se incide en la valentía de la mujer que lucha contra
el orden patriarcal, contra la ley del padre, y se le otorga un papel activo,
como es el caso de Julieta, Melibea, Catalina Earnshaw, Emma Bovary, Anna
Karenina, la Regenta o el mito español de Carmen, mujer indomable que subyuga a
los hombres. Para Denis de Rougemont, lo característico de nuestra sociedad es
que el mito del matrimonio y el mito de la pasión se han unido pese a que son contrarios.
La contradicción reside en que la pasión es perecedera, indomable, intensa,
contingente, y preñada de miedo a perder a la persona amada. La pasión se
exacerba con la inaccesibilidad y representa en nuestro imaginario el delirio
arrebatado, el éxtasis místico, la experiencia extraordinaria que nos trastoca
la rutina diaria. El matrimonio, en cambio, ofrece estabilidad, seguridad, una
cotidianidad, una certeza de que la otra persona está dispuesta a compartir con
nosotros su vida y su futuro. Ambas instituciones son, pues, incompatibles, por
mucho que nos esforcemos en aunarlas bajo el mito del matrimonio por amor y
para siempre.
Los
relatos amorosos constituyen una constante en las narrativas y las mitologías
humanas desde la Antigüedad hasta nuestros días. Sin embargo, a mediados de la
década de los noventa se produjo un fenómeno social conocido como “La
Revolución Romántica”, concepto ideado por la cultura estadounidense. Los años
de la transición entre el siglo XX y el XXI estuvieron marcados, entre otros
acontecimientos culturales, por el auge de los productos del sentimiento. El
primer signo de esa Revolución Romántica, según Rosa Pereda (2001), fue el
vuelco del gusto general hacia la novela sentimental y las películas que
narraban historias de amor.
En
general, la mitología romántica ha cobrado una importancia fundamental en el
siglo XXI, hasta llegar a adquirir el estatus de utopía colectiva de carácter
emocional. Esta utopía nos presenta el amor como una fuente de felicidad
absoluta y de emociones compartidas que amortiguan la soledad a la que está
condenado el ser humano. En un mundo tan competitivo e individualista como el
nuestro, en el que los grupos se encuentran fragmentados en unidades familiares
básicas, las personas encuentran en el amor romántico la forma de enfrentarse
al mundo. El amor, es, en este sentido, un nexo idealizado de intimidad que se
establece con otra persona y gracias al cual podemos sentir que alguien que nos
escucha, nos apoya incondicionalmente y lucha con nosotros contra los
obstáculos de la vida.
A
menudo, el enamoramiento, si es correspondido, nos transporta a un estado de
felicidad que es extraordinario, porque está cargado de intensidad. En nuestra
sociedad este estado de felicidad
permanente es el estado ideal en el que la gente querría vivir siempre; por eso
el amor tiene tanta importancia en la actualidad. Es una forma de ser y de
estar en el mundo en el que los golpes de la vida se ven amortiguados.Además,
dispara nuestro afán soñador y utópico, porque nos sentimos capaces de superar
miedos y de dejar atrás el pasado, y porque creemos que, bajo los efectos del
amor, todo es posible porque es una fuerza avasalladora y transformadora que
arrasa con todos los obstáculos (las distancias físicas y temporales, la oposición
de las familias, o incluso nuestros prejuicios en torno a la edad, la raza, el
estatus socioeconómico de las personas, etc.)
La
posición del sujeto femenino en el Romanticismo fue muy contradictoria, porque,
pese a las ansias de libertad e igualdad de los románticos, estos seguían
(continuando con la cerrazón de la Ilustración)refiriéndose al sujeto
masculino al hablar del ser humano. El sujeto femenino en realidad era
objeto de deseo, de devoción, más que sujeto de pleno derecho,
como sucedió enel siglo XII con las damas del“amor cortés”, objetos de deseo y admiración encerrados en palaciosy castillos.
Por
una parte, el Romanticismo parecía fomentar la participación de las mujeres
mediante la revalorización del sentimiento y la individualidad, que
hasta entonces habían sido considerados despreciativamente como cosas
de mujeres, debilidad del espíritu,
flaqueza de voluntad. Así, fue un gran avance que los hombres comenzaran a
hablar el lenguaje sentimental de las mujeres y lo embellecieran, pero de
algún modose reapropiaron de ese mundo, en el que brillaron como
grandes artistas, relegando a las poetas, pintoras y escritoras románticas
al anonimato a esconderse tras
pseudónimos masculinos. Fue el caso de AmandineAuroreLucileDupin, que
triunfó como George Sand. Los intelectuales románticos a menudo
se burlaron de las creadoras, minimizaron el impacto de sus obras, y
criticaron con saña su condición de mujeres cultas. Sin embargo, a
nuestros días han llegado las novelas de Mary Shelley, las Hermanas
Brönte, Jane Austen, lo que demuestra que las mujeres escribían grandes novelas
de amor. Aquí se hicieron un hueco en la literatura, entre otras, Rosalía
de Castro, Carolina Coronado o Emilia Pardo Bazán. Según el estudio de
SusanKirpatrick (1991), las mujeres encontraban difícil asumir la pasividad a
las que se las confinaba como objeto de deseo; su necesidad de verse como
sujetos estaba en contraposición a la norma social de la mujer encerrada en el
ámbito doméstico, sin posibilidad de vivir aventuras, de trascender su
mundo, de dirigir libremente sus pasos hacia la felicidad, o hacia la
belleza, o hacia el amor.
Los
efectos del romanticismo y afirma que la ideología amorosa de nuestra
sociedad patriarcal ha contribuido a reproducirla representación social
de la mujer dependiente del hombre por naturaleza, incapaz
de acceder a la plena soberanía de sí.
CAPÍTULO II:
Obviamente
no hasta el cielo. El límite lo define la integridad, la dignidad, la
fidelidad. El límite de lo aceptable se traspasa cuando la vocación y anhelos pasan
a un segundo plano, cuando la vida comienza a convertirse en algo tan
predecible como inseguro, cuando el "ser para el otro” te impide el “ser
para ti”.
Cuando
se establece las condiciones de un amor de pareja saludable, se define una
zona, una demarcación realista más que romántica, a partir de la cual una
relación debe terminarse o transformarse, así el sentimiento amoroso exista.
¿Cuándo
pierde el amor su sentido vital? Al menos, entres situaciones: primero, cuando
no te quieren; segundo, cuando tu realización personal se ve obstaculizado; y,
tercero, cuando se vulneran tus principios.
¿Por
qué seguimos en una relación insana, a sabiendas de que no nos aman? Esperar a
que te quieran puede ser una de las experiencias más humillantes y triste: “ya
no me abraza, ya no se preocupa por mí” o “nunca me he sentido realmente amada
o amado”.
¿Quién
tiene el poder en una relación? No es el más fuerte, ni el que tiene más
dinero, es el que necesita menos al otro. Si tu pareja puede prescindir de ti
mucho más fácil de lo que tú puedes prescindir de él o ella, hay que equilibrar
la cuestión.
Si
no te quieren, no es negociable. ¿Qué vas a negociar, qué acuerdos vas a
proponer si no hay sentimiento, ni ganas ni deseo? En ocasiones, la crudeza de
la realidad o la más dolorosa desesperanza nos quita la carga de un futuro
inconveniente.
Si es evidente que no te quieren y sigues
allí a la espera de la resurrección amorosa, dispuesta o dispuesto a responder
a cualquier insinuación, te extralimitaste: estás del otro lado. Y si tu
sensación de insatisfacción afectiva persiste a pesar de tus justos reclamos,
ya tienes resuelto el problema. No hay dudas: no te aman, y alguien tiene que
irse.
Nos habían dicho. Miren qué
cara de poca felicidad tiene la joven...
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